Por Pedro García Campos (Madrid), Pablo Veyrat (Tallin)
Viernes 27 de febrero, seis de la mañana. Dos meses después de volver del frente, Sergio Becerra, madrileño de 30 años, duerme tranquilamente en su casa del centro de Madrid. Suena el timbre. «Lo siguiente que recuerdo es un grupo de policías encapuchados y sin decir palabra salvo para preguntarme mi nombre y si había estado en Ucrania». Sergio les dice que sí, que no tiene «nada que ocultar». No encuentran armas. «Imposible, porque no las tengo». Los agentes de la Comisaría General de información, bajo la supervisión del Juzgado número 1 de la Audiencia Nacional de Madrid, comandado por el juez Santiago Pedraz, registran cada cajón y cada armario de la casa. Lo que más les llama la atención es el móvil y los uniformes e insignias militares. También se lo llevan a él.
Sergio es conducido hasta dependencias policiales y allí se encuentra con varias caras conocidas: Rafa, Héctor, Adri… Compañeros del frente. Acaba de comenzar la primera operación policial en suelo europeo contra civiles extranjeros enrolados en las llamadas Brigadas Internacionales de Donbás, una de las milicias del bando prorruso en el conflicto ucraniano. Seis provincias españolas, seis registros y ocho detenidos -todos de nacionalidad española- que son puestos en libertad con cargos 15 horas después. El ministerio del Interior les acusa de afectar a la neutralidad de España en el exterior, de «presunta comisión de delitos de cooperación o complicidad en asesinatos y homicidios llevados a cabo por los grupos y batallones a los que se unieron» y, en algún caso, de tenencia de armas y explosivos.
Dos días después de las detenciones quedamos con Sergio en la puerta del Sol de Madrid. Con él están Héctor Arroyo y Ramiro Gómez, portavoz del Comité de Apoyo a la Ucrania Antifascista de Madrid, que reconoce haber estado en Lugansk pero en su caso «solo realizando labores humanitarias». Han quedado en Sol con otras 50 personas para protestar contra las detenciones arropados por una bandera de Novorrusia, el nombre de una antigua región rusa que representa la causa independentista de Donbás. Al terminar la concentración, una mujer que asegura ser refugiada de Lugansk en España se acerca. Le dice a Sergio que la población les «apoya», que «para ellos significa muchísimo lo que están haciendo». A Sergio, barba afilada, tez morena, se le ilumina la mirada: «Cuando estuvimos allí pudimos sentir ese apoyo, señora», responde emocionado.
Antes de hacer memoria y reconocer que «recibieron entrenamiento militar» y que la suya «es una lucha ideológica contra los que pelean por dinero, como los mercenarios a los que se han enfrentado nuestra unidades», Sergio quiere dejar claro que «en la milicia popular nadie ha cobrado, para que se sepa y el que viaje tenga claro que va a pasar frío y comer mal». Eso sí, «va a merecer la pena». Este joven al que la Comisaría General de Información llevaba meses siguiendo a través de las redes sociales explica que ha dejado «un trabajo como restaurador de coches de lujo en el que ganaba un pastón» y que se «ha arruinado». Relata que se marchó a Ucrania porque «no podía soportar ver a gente masacrada» y «porque en Donbás se están cometiendo matanzas y crímenes contra la Humanidad». Llegó «convencido de que hacía lo correcto» y ahora, mientras espera a que se concrete la investigación policial y recibe «el apoyo y la comunicación de los comandantes de la Unidad 404», a la que todavía pertenece, solo piensa en una cosa: «Volveré cuando pueda».
A finales de febrero de 2014, por las mismas fechas en que el ex presidente ucraniano Viktor Yanukovich huía derrocado por el Maidán de Kiev, aparecían en YouTube los primeros vídeos de propaganda rusa traducidos al español. Aún quedaban por venir la anexión de Crimea y la guerra en el Este del país, pero los clips sacados de noticieros rusos o metraje filmado durante los disturbios aparecían subtitulados al español lenta pero crecientemente. Se caracterizan por apoyar la versión rusa del conflicto y demonizar a la parte ucraniana, que descalifican como «junta fascista de Kiev». En estos canales, y en varias de sus ramificaciones, Sergio, Héctor y el resto de milicianos fueron apareciendo gradualmente narrando sus experiencias. Mientras, según ha confirmado Interior, la policía tomaba nota.
Más tarde, en plena guerra en la región oriental de Donbás, aparecieron los primeros grupos de Facebook, que se estrenaron pidiendo donativos para ayuda humanitaria. Desde entonces y hasta hoy, las redes sociales han multiplicado las cuentas que reproducen vídeos con imágenes de la guerra, algunas realmente duras, o entrevistas con los voluntarios españoles, exhibidos por los medios rusos como prueba del apoyo internacional a la causa de Moscú en Ucrania. Este material y el boca a boca entre los círculos antifascistas españoles fueron la puerta de entrada que los detenidos tuvieron con el conflicto.
https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=C00P57EOySM
Dos voluntarios españoles, encapuchados, en uno de los canales locales prorrusos de Donbás.
«Yo me enteré por Sergio y otros colegas, lo digo porque muchos piensan que esto pertenece a círculos comunistas y nuevos partidos y redes de reclutamiento [como sugiere la investigación judicial], pero no es verdad. No, no soy ni comunista, ni apoyo a Putin, ni a Rusia. Yo soy Sharp, skinhead y antirracista, y decidí irme allí para ayudar a la gente». Héctor es madrileño, tiene 27 años y estaba en paro cuando al pasado otoño decidió marcharse a Donbás. Cogió un avión a Moscú, otro a Rostov y allí le recibió «un contacto de las milicias», que le llevó en autobús hasta la «zona de guerra». Ha atravesado «pueblos fantasma de frente en frente» y ha visto «a familias acudiendo cada día a por alimentos y ropa a los hospitales» de Lugansk. Prefiere no hablar de armas ni actos de guerra concretos -«estamos dentro de una investigación judicial por esos detalles y, aunque en todo caso es imposible probar nada, no puedo hablar de ese tema»-. Lo que sí recuerda es «lo complicado que ha sido comunicarse» sin hablar una palabra de ruso, teniendo que recurrir al inglés «con casi todo el mundo». Como Sergio, Héctor pertenece a la Unidad 404, coordinada por el Esencia del Tiempo, un movimiento ultranacionalista ruso nostálgico de la URSS que busca restablecerla. «También estuve en la Brigada Continental y allí sí que había muchos franceses y serbios», recuerda Héctor.
Tras un periodo de combates durante el pasado verano y a principios de otoño, que coincidió con la llegada de los primeros voluntarios españoles, una cierta calma se instaló en el conflicto. El ejército ucraniano y las milicias rusas mantuvieron una tregua caliente hasta mediados de enero de 2015, cuando una ofensiva del bando ruso concluyó con la toma del estratégico aeropuerto de Donetsk y el cerco a 3.000 soldados ucranianos en Debáltsevo. Una reacción rápida de la diplomacia europea concluyó con el protocolo de Minsk II el pasado febrero, que ha establecido una nueva zona de separación libre de artillería pesada entre los dos frentes.
El siguiente viaje de los «brigadistas internacionales» españoles, «si nos deja la policía», recalca Héctor, tendrá lugar en primavera, en concreto el 9 de mayo, cuando el Comité de Apoyo a la Ucrania Antifascista ha convocado una caravana humanitaria que partirá de Italia con destino a Lugansk. Ramiro Gómez, portavoz del comité, uno de los grupos sobre los que se teje el fenómeno en España, cree que «lo más justo es no escondernos y seguir reivindicando nuestra causa, por eso vamos a volver». Gómez ha estado en Donbás «realizando ayuda humanitaria», según explica en varios vídeos y mensajes de Facebook y Twitter. Desde los grupos Europe With Donbass y Comité de Apoyo(…), alienta una causa que le ha llevado a ver «madres y niños muertos y familias y casas destrozadas».
Estas actividades de apoyo a las milicias prorrusas son vistas con amargura por algunos ucranianos residentes en España por considerarlas «propaganda de apoyo» a la invasión de su país por parte de Rusia. Lo denuncia Lilia Nikolayev, de 27 años, una de las coordinadoras de la web ConUcrania.com. Esta web, junto con otras iniciativas, representa a cientos de ucranianos que, como Nikolayev, llevan «tiempo recogiendo apoyos con el objetivo de buscar la paz». Denuncian que grupos como Esencia del Tiempo y algunos restaurantes y organizaciones culturales rusófilas articulan esa presunta red de propaganda prorrusa en suelo español.
https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=KLN4XpCFB5U
Ramiro Gómez, a la derecha, en uno de los vídeos de contenido prorruso en español.
Manuel Cancio, Catedrático de Derecho Penal de la Universidad Autónoma de Madrid, considera que los cargos hechos públicos por Interior no tienen «fundamento jurídico» y «mezclan el siglo XIX y el XXI» en un planteamiento «ciertamente inverosímil». Otra cosa son las acusaciones de «afectar a la neutralidad de España» en el tablero geopolítico global y continental, algo «poco probable hoy en día dado que son ocho personas que parecen actuar libremente» y, sobre todo, «que ahora las guerras son asimétricas y no de un estado contra otro», como sucedía en el pasado. Por último, en lo relativo a los cargos sobre participación en homicidios y asesinatos, la única vía de incriminación posible, según Cancio, «dado lo complicado de probar que realmente han matado a personas», tendría que pasar por admitir el principio penal de la «doble incriminación», es decir, «dar por bueno el orden constitucional de Kiev» en la zona de conflicto, algo «extraordinariamente complejo de establecer».
Para Cancio, dado «lo endeble de la mayoría de los cargos [afectar a la neutralidad de España en el exterior, presunta comisión de delitos de cooperación o complicidad en asesinatos y homicidios] en términos de calificación jurídica», resulta una «complicación terrible que desde España se pueda catalogar como terrorismo algo que se produce fuera del patio de la Unión Europea y el resto de países occidentales con los que compartimos ciertas bases constitucionales comunes». Según este especialista en delitos de terrorismo, un buen ejemplo es el caso de los brigadistas españoles pasados a las filas del PKK kurdo, que viajaron desde España para enfrentarse al Estado Islámico y su brazo armado Daesh en Kobani. Según Cancio, «eran de la misma ideología pero nadie les llamó delincuentes ni terroristas».